jueves, 26 de junio de 2008

Baires


Buenos Aires. Una ciudad de la que todos hablan. Esa ciudad que todos visitan cada vez que pueden. La misma que yo no conocía. Raro, para los que saben de mis paseos por Paseo De Gracia o Vía Condotti, pero bueno, Ya está. Ciudad conocida. Esperaba encontrar algo de esa magia italiana de sus ancestros, pero además del queso y lo bullicioso de los porteños encontré muy poco. Creía que iba a descubrir calles repletas de mujeres guapísimas, vestidas impecablemente y luciendo las tendencias más hozadas. Tenía ansiedad de ese mundo cosmopolita que todos añoran. Pero no sé. Tal vez, fue que me deslumbró su arquitectura. O tantos corazones sueltos por la honey bunny no me dejaron ver que pasaba en las veredas de Capital. Como dice un amigo, lo peor es ir a una ciudad desconocida y maravillosa con tu enamorado, hay tanto que ver y uno se la pasa babeando y suspirando por quien camina a nuestro lado de la mano. Pero bueno, le da un encanto especial. Las veredas repletas de caca de perro, se convierten en parajes perfectos para detenerse y besarse sin razón. Increíblemente no pisamos ninguna, eso que Recoleta y Palermo estaba lleno de perros. Los paseadores de canes con una habilidad impresionante lograban sacar a estirar las patas a más de 8 perros cada uno, de todos los portes, de todas las razas, con los mejores abrigos y accesorios para mascotas, pero sin una pisca de educación de sus esfínteres. Y Ok, seamos sensatos, una cosa es que les paguen para sacarlos a caminar y otra muy distinta es que la plata alcance para pagarles por recoger sus mugres. Eso, al parecer, no viene incluido en el contrato.
Lo mejor de Baires?, esos zapatos grises que no alcanzaba a pagar para traerlos conmigo. Lo otro, lejos!, el exceso de queso y de puestos de revistas, es que por Dios que tienen revistas!. Es casi como pararse en un quiosco de magazines italiano. Una maravilla. El fraude fue la champaña. Siempre hablan que allende Los Andes se toma champaña como si fuese Coca Cola. La cantidad sí, la calidad, un desastre. Siempre tomo brut, en lo posible extra brut, de lo contrario mi guatita reclama. Y esta vez reclamó. No porque la tratara de engañar con demi sec, sino porque estoy segura que las botellas venían con la etiqueta cambiada, de lo contrario, muy baja la calidad de champaña porteña. Ni hablar del New Age. Un vino espumoso de baja monta, aún peor con sabor. Lo ideal era que todo, todo se pedía a un delivery. Las empanadas, los licores, la comida, los cigarros, todo, hasta que se llevaran tu ropa sucia y la trajeran de regreso, por 8 pesos, limpia y planchada. La perfección.
Todo empieza tarde, realmente tarde.
Fuimos a una fiesta a San Telmo. Salimos del departamento cerca de las 3 de la mañana. Eran casi las 4 y las puertas no se abrían. Era una fiesta de esas que se alucinan... por lo menos eso se decía. Una fiesta que se hace solo cuando cae un domingo feriado. Se dice que es de lo más cool. Lo cierto es que lo único cool eran los baños. Será que estamos más viejos? Porque la música del grupo seudo punky que tocaba, no era para nosotros. Un dejo similar a Tronic, pero de barrio, aún más que ellos. Debo reconocer que al llegar estaba feliz. Una nostalgia a mis noches por Blondie me invadía. Esa música, ese ritmo. Esos personajes extraños. No tanto como los que van por estas noches. Pero de pronto mi música indie favorita dejó de sonar y una similar a la escuchan los visual empezó a sonar. Descubrimos que queríamos volver a nuestro campamento en barrio Palermo.
Si bien el look de las bonaerenses no me sorprendió, sí lo hizo ese clima templado y ese ambiente europeo. Sus edificios eran de ensueño. Nunca pude decidir a cual de todos los penhouse de arquitectura art decó o francesa quería mudarme. Sólo sé que quiero pasear habitualmente por esas calles, comprar en esos quioscos las revistas que nunca veré acá por menos de 5 lucas. G7, Esquire, 90+10, Remix, solo por mencionar algunas. Perderme en las galerías de Santa Fé. Y noviar hasta caer borracha entre los gatos y los invernaderos del Jardín Botánico. Donde se reúne la incipiente fauna de los emos. Extraño, acá lo hacen en el cementerio. Tal vez sea porque el cementerio de la Recoleta es más turístico que deprimente. Aunque esté lleno de tumbas abiertas, más que tétrico y triste es un paseo romántico y glamoroso.
A Palermo Soho hay que ir sola, o con alguna amiga dispuesta a perder el tiempo. En cada calle hay demasiado que ver. Todas las tiendas son dignas de visitar. Lo máximo en diseño, lo mejor de los fetiches, la ropa con mejor estilo... aunque no pude verla. Lo que vi me maravilló. Por sobre todo el lugar. Quiero mi tienda ahí. Repleto de gente sedienta de cosas nuevas. Y en el único lugar en donde los precios son viables, si eres diseñador y pretendes vivir de ellos, porque en el resto de Buenos aires los precios de la ropa son un chiste. Menos para mí. Según mi novio sufro del síndrome de la diseñadora... quiero lo más caro, lo más costoso, lo impagable.
De vuelta en Santiago, dispuesta a seguir con la honey bunny, extraño los delivery, la pizza con queso roquefort, las empanaditas, los alfajores, esas calles, esas revistas. Aunque no pude traer esos perfectos zapatos grises traje lo mejor que encontré. Marroc, un placer de chocolate y endorfina. Jabón, sí, jabón. No es que me los haya robado del hotel como los rotos, aunque sí me traje la espuma para la tina. Sino que descubrir Sabater Hnos fue lo mejor. 90+10 a costo en pesos. La Ramona, sólo para curadores. Lo último en chic lit, la nueva novela de Candace Bushnell, Tras la pasarela. La entrada del Village Recoleta a Sex & City, la película. Y lo mejor, el amante perfecto de regreso a mi cama.

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