Mientras caminaba hacia el Metro a dejar a un amigo, conversábamos de lo mal entendidos que están los eventos “culturales” en Chile. Él recordaba con lástima y rabia el concierto Ennio Morricone. Ese, en que la fila para conseguir entradas comenzó la noche anterior al día de la entrega en Estación Mapocho, y terminó con el guanaco y los palos de los carabineros atacando a los interesados en asistir.
El día del concierto, mientras muchos nos conformábamos con ver su repetición por TV, las personas sentadas cerca del escenario, las que no tuvieron que hacer fila, las que recibieron invitaciones, las mismas que posaron para las sociales a la entrada. Esas que lucieron sus mejores prendas, no paraban de hablar. No apagaron sus teléfonos móviles. Se retiraron en medio de la primera melodía. “Es que no esperaron ni el coro”, indignado comentaba mi amigo. Fue justo cuando recordé el concierto de Benjamin Biolay al que fui hace un par de semanas.
El día del concierto, mientras muchos nos conformábamos con ver su repetición por TV, las personas sentadas cerca del escenario, las que no tuvieron que hacer fila, las que recibieron invitaciones, las mismas que posaron para las sociales a la entrada. Esas que lucieron sus mejores prendas, no paraban de hablar. No apagaron sus teléfonos móviles. Se retiraron en medio de la primera melodía. “Es que no esperaron ni el coro”, indignado comentaba mi amigo. Fue justo cuando recordé el concierto de Benjamin Biolay al que fui hace un par de semanas.
Ok! Posé para las sociales. Pero conozco a Biolay hace un buen rato. No podría decir los mismo de varios de los asistentes, que gozaron más de las bebidas, comida y obsequios que repartían las marcas al ingreso, que de escuchar en vivo las canciones que hizo famosas junto a su ex, Chiara Mastroianni. Aunque el mejor ejemplo de esnobismo, fue lo ocurrido al comienzo del show. Los teloneros del francés fueron This Co. Un grupo de 5 integrantes, en donde dos de ellos fueron meros gomeros en casi todas las canciones, pero que cual producto decorativo permanecieron en el escenario incólumes. Mientras el vocalista interpretaba una canción, de una letra realmente notable, con una prestancia de rock star, algunos personajes que los escuchaban sucumbían al comentario esnob, de “que cool ellos”. La verdad es que no sé si escuchaban lo mismo que yo, porque dejando atrás el contrabajo y un par de instrumentos con poder escénico, la canción, acompañada por un par de notas básicas en guitarra, se limitaba a repetir “empezó... a hervir... el agua”. Tal vez sea por escuchar mucho Carmen de Bizet y Morrissey, que a estos tipos los encontré lejos de ser cool. Imagino que intentan ser una mezcla entre Congreso y The Divine Comedy. Pero más bien, me recordaron al estilo de la poesía de los ‘70. Recuerdan?. Esa en que un personaje con aires de artista se subía a un escenario decorado con op art, con una luz tenue y gafas, se limitaba a decir un par de palabras sin sentido, con intervalos eternos... en donde un público intoxicado con ácidos y demases se perdía entre sus propios pensamientos y alucinaciones, convirtiendo esas palabras absurdas en obras intelectuales de alto calibre. Pero ya no estamos en los ‘70. Los ácidos han diminuido y la marihuana no te puede causar ese tipo de alucinaciones. “Empezó... a hervir... el agua”. Creo que solo en la época de Warhol podría haber sido cool.
Ojalá que cuando vuelva Goran Bregovic, en primavera, no se convierta en otro evento social. Prefiero una tropa de adolescentes borrachos exaltados con las melodías, que a un montón de esnob socialité posando para revistas de peluquería.
Benjamin Biolay